1) Irgendwo zwischen Nietzsche und Luhmann.
2) Die allgegenwärtig wachsende Einsicht, dass es so nicht weitergehen kann.
martes, 17 de abril de 2012
sábado, 14 de abril de 2012
Por un concepto ampliado de producción
Centro de Cultura Casa Lamm Seminario de Crítica de Arte II
Jorge Cardiel Herrera 16.04.2012
Por un concepto ampliado de producción
En el libro Posproducción de Nicolás Bourriaud, podemos encontrar varias operaciones características del Arte Contemporáneo. En este ensayo trataré de aislar una de las que me parecen más destacadas, de tal forma que tengamos a nuestra disposición una herramienta conceptual para observar el arte lo mismo que un DJ obtiene un sample de una canción y la inserta en un nuevo contexto.
El gesto fundante de Duchamp al presentar su obra Fountain en 1917 posibilitó un cuestionamiento radical del reparto de roles entre artista productor y público espectador. Al atribuir la obra de arte a la mirada del observador, se da el primer paso hacia una desreificación positiva de la experiencia artística. Esto no implica necesariamente una desmaterialización de la obra, más exactamente, se hace posible con ello pensar el arte como una vivencia propia del observador, que utiliza o no soportes materiales para desencadenarse (trigger), y no como un conglomerado de objetos producidos artificialmente que deben ser conservados en los museos y colecciones. Encontramos un giro equivalente en la literatura, cuando se lleva a cabo un desplazamiento del énfasis del escritor al lector. Se obtiene la conciencia de que todo escritor es al mismo tiempo lector, y que todo lector es re-escritor de la obra escrita. Desde la teoría luhmanniana, hablamos de decisiones sobre a quién se atribuye la acción. La idea de que el observador se vuelve un espectador pasivo ante la obra deriva de una teoría simplificadora de la comunicación que planteaba la transmisión de un mensaje unívoco del emisor al receptor. Inclusive, como Bourriaud señala, la misma idea de “arte interactivo” o “participativo” rinde homenaje a esa tradición hermenéutica, agregando la variante de que existe un universo de sentidos disponibles que pueden ser sintonizados por los espectadores.
Con el ready-made irrumpe y queda introducida una reflexión programática sobre a quién habría que atribuir el énfasis creativo, ya sea al artista productor, al público observador o a ambos. La reflexión es la siguiente: ¿Es esta obra la que me impacta, la que me hace sentir, o soy yo el que la recrea, la observa, y al hacerlo, la produzco? ¿Cómo separar lo que hay de determinado (objetivo, autónomo) en ella, lo que ha puesto en ella el artista, de los contenidos subjetivos con los que yo me la apropio?
En adelante, el arte tiene que lidiar con esta indeterminación irresoluble, y es quizá un miedo al anything goes por lo que no se asume comúnmente la resolución más radical, pero lógica, a esta cuestión: la del constructivismo. La toma de posición constructivista iguala al artista y a su público en tanto que observadores, en la literatura coloca en el mismo nivel al escritor como lector frente a sus lectores que reescriben la obra, para la teoría de la comunicación tenemos ahora dos sistemas psíquicos que si bien se sintonizan, construyen sentido de forma paralela y autónoma. En este punto, comienzan a complicarse las cosas por un entretejimiento de los roles clásicos atribuidos al artista y al público. No obstante, contamos con el recurso de distinguir entre “lenguaje-primero” y “metalenguaje” que utiliza Roland Barthes para desplegar la paradoja, o bien, en términos luhmannianos, diferenciar entre observador de primer orden y observador de segundo orden. Tenemos así que Fountain de Duchamp es un caballo de troya que cambia de hecho las precondiciones y la atmósfera para hacer arte. Desde mi punto de vista, habría que ser incluso más radical que Bourriaud. Él nos dice, basándose en reflexiones de Karl Marx, que el consumo es también una forma de producción. Por otro lado, diversas disciplinas convergen en que no hay observación sin interpretación, y en que no hay observación pasiva; sino que ver, escuchar, en suma, percibir, constituye en todo momento un proceso activo. ¿Por qué no decir de una buena vez que el acto de observar es una producción? Los surrealistas ya se habían aproximado a esta conclusión cuando señalaban en su Diccionario abreviado del surrealismo que “ver es un acto: el ojo ve del mismo modo que la mano toma” (Breton, André y Eluard. Siruela, 2003).
Las consecuencias que se derivan de este planteamiento es que toda obra realizada materialmente constituye ya una pos-producción, entonces el curador hace una pos-posproducción, y el público una pos-pos-posproducción. Sucede lo mismo que con el metalenguaje y la observación de segundo orden. El poder distinguir entre diversos niveles de lectura, observación o producción no alude a la existencia de una jerarquía objetiva, sino que se trata de un recurso heurístico. Requerimos un concepto ampliado de producción, es ello lo que considero el gran aporte del texto de Bourriaud. La producción, que ahora incluye tanto a la observación como a la acción, tanto a la lectura como a la escritura, todas ellas distribuidas horizontalmente como formas de poiesis o Hervorbringen, aparece entonces como un medio en el cual nos movemos todo el tiempo. De esta forma, el arte toma posición frente al mercado interpelándolo con un concepto ampliado de producción, que a la manera idílica del comunismo, más que excluir, incluye, haciendo implotar la distinción entre trabajo y tiempo libre. Es esto lo que efectúa Gunilla Klingberg al transformar anamórficamente el logo de 7 Eleven, reapropiándoselo. Actualmente es en esa frontera, donde el arte parece estar más asimilado al mercado y al mundo del consumo y el marketing, donde está en juego su autonomía; ya no en el terreno de la confrontación directa con el sistema económico capitalista, fácilmente asimilable como moda de resistencia. Lo que sucedió en el ámbito artístico no ha pasado desapercibido para la empresa 7 Eleven, ya que han abierto recientemente un nuevo 7 Eleven en la avenida Miguel Ángel de Quevedo (Coyoacán, México D.F.), y las líneas rectas clásicas de color rojo, naranja y verde que decoran el interior del local, han sufrido ya un pequeño twist. Considero que esto no es para nada casualidad, sino la forma en que 7 Eleven responde a la apropiación de su logo empresarial por parte de Gunilla Klingberg, volviendo a apropiarse de una obra semiótica que ahora flota en la atmósfera enrarecida donde se difumina el arte y el universo simbólico capitalista. Tenemos así dos sistemas que reaccionan -casi simultáneamente- a provocaciones mutuas.

Seven Eleven Twist
1997
Wallpainting, surveillance mirrors. (Gallery Ynglingagatan 1, Stockholm)
http://www.nordenhake.com/php/artist.php?RefID=46
http://www.nordenhake.com/php/artist.php?RefID=46
Interior de un 7 Eleven
2012
Miguel Ángel de Quevedo, Coyoacán, México, D.F.
Foto: Jorge Cardiel
Foto: Jorge Cardiel
Bibliografía
Bourriaud, Nicolás, Posproducción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)